11.03.2009

Debilidad Suicida


Es cierto que el mundo es una cloaca inmunda, rodeada de cemento, excrementos, cadáveres vivientes embalsamados en dinero, vivos cadavéricos con hambre de mil años; un mundo donde los dioses murieron y los hombres fueron transformados: en máquinas o en partículas productivas de las estadísticas de los economistas; un mundo violado en su misterio por el ojo de una lente, que transmite las 24 horas las mentiras oficiales de los dueños esquizofrénicos del planeta; un mundo donde ya nadie sueña ser el Robinson Crusoe de una isla desierta, y los poemas no se han escapado al precio de las acciones de la bolsa de valores, y los poetas y los intelectuales son los nuevos bufones del reino, divertimento de los burócratas.

Es cierto que nos duele los huesos y nos robaron los sueños de seres libres, que nos condicionaron a temer a las alturas del vacío, a las ecuaciones vitales inexactas, a la vida como un proceso dinámico e impredecible; pero precisamente porque el mundo es este mundo, donde la huella humana ha sido borrada por las llantas de los tanques, la deyección de los poderosos y los guiones cinematográficos de Hollywood.. por eso mismo: hay que hacerles un poco difícil el paso por su mundo hecho cloaca, ser testigos de sus úlceras maquilladas, de sus orgías mecánicas, de la automutilación de su ser, de su farsa colectiva ante las luces de las cámaras de televisión y ante la oscuridad de sí mismos.

Vivir con la incertidumbre y la libertad de los pájaros no enjaulados, de los poetas auténticos, de la lluvia o el viento, vivir con terquedad hasta que nuestro cuerpo reviente por sí solo... Los suicidas como los anacoretas sólo se justifican en tiempos apacibles y respetuosos, cuando los verdugos todavía matan por nobles ideales; no en este mundo, donde los homicidas no se dan cuenta de sus manos asesinas, donde un solo poeta verdadero, si lo quiere, es capaz con una única palabra extraída de los socavones de su alma demostrarles toda la inmundicia de sus corazones de hiena, toda su vacuidad de imágenes y de falsas metas vitales, todo su hastío que se esconde tras las obsesiones de los poderes políticos, de los artificiales éxtasis sexuales o deportivos.

En este mundo convertido en espectáculo de circo, en velos de seda árabe, en computador de tecnócratas, en desiertos humanos y espirituales, no concedamos ni una sola muestra de debilidad suicida, que por lo menos los verdugos del ser tengan que descuartizarnos con sus propios métodos, no les ahorremos el discurso que tienen que pronunciar después de cada crimen para justificarlo, y cierto olor indeleble a sangre coagulada que va quedando en sus manos y sólo alcanza a ser atenuado de manera parcial por los perfumes y la tinta de los códigos y billetes.

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